Jean-François-Maurice-Arnauld, Barón Dudevant, es el nombre verdadero de Maurice Sand (París, 30 de junio de 1823 – Nohant-Vic, 4 de septiembre de 1889). Destacó por ser un diseñador, entomólogo y escritor francés, pero, sobre todo, por ser hijo de la escritora y novelista George Sand, de la que tomó el apellido y de cuya sombra nunca pudo desprenderse, tanto que murió en la casa de su madre en la comuna de Nohant-Vic.
El padre de Maurice Sand fue el barón François Casimir Dudevant, un aristócrata que, en cuanto cayó en la ruina, fue abandonado en 1831 por su esposa Amandine Aurore Lucile Dupin (George Sand), quien se marchó a París junto con sus dos hijos: Maurice y Solange. A los 15 años, Maurice era un adolescente frágil a causa de los ataques reumáticos que padecía. De esta manera, George Sand y su hija Solange tuvieron que multiplicarse para atender a dos enfermos: Maurice y Frédéric Chopin, en cuya casa vivían y que para entonces ya presentaba los primeros síntomas de la tuberculosis que lo llevó a la tumba en 1849.
A los 39 años, y por recomendación de George Sand, quien veía cómo apretaba la situación económica, Maurice se casó con Lina Calamatta, hija del pintor Luigi Calamatta. El matrimonio tuvo dos hijas: Aurore (1866-1961) y Gabrielle (1868-1909). Pese al matrimonio de Maurice, a todas luces “conveniente”, con el paso de los años madre e hijo tuvieron que rematar parte del patrimonio familiar, que tampoco era mucho. Quizás lo más valioso de esa dote eran tres pinturas de Eugène Delacroix. El 4 de septiembre de 1889, Maurice Sand dejó este mundo. Fue enterrado en el panteón familiar de Nohant, al lado de la tumba de su mamá, George Sand, la cual había fallecido 13 años antes (8 de junio de 1876).
Diseñador, pintor (alumno de Eugène Delacroix, cuyas obras no tuvo empacho en vender), escritor, geólogo, titiritero, cazador y coleccionista de mariposas, Maurice Sand fue autor, en 1858, de una misteriosa pintura llamada Loups-garous appuyé contre le mur d’un cimetière la nuit (Hombres lobo recargados en la pared de un cementerio por la noche).
Esa obra oscura de Sand es única, rompe con cualquier temática plástica, de antes y después, de este artista francés. ¿Por qué hombres lobo? ¿Por qué Livonia?
Hombres de la luna llena
Las fronteras de Livonia abarcaron lo que hoy conocemos como Letonia y Estonia. Más que Transilvania, cuya fama espeluznante la ha ganado sobre todo por ser cuna del más prominente de los vampiros de la literatura gótica, en Livonia lo que abundan son leyendas de ataques de hombres lobo. Así, los registros históricos desmienten la idea que se tiene que de París llegan los bebés y los hombres lobo. No, los hombres lobo llegaron de Livonia y llegaron para quedarse.
Las primeras noticias de los “cambiantes” fueron aportadas en 1544 por Sebastian Münster (1488-1552) en su Cosmographia, obra en alemán considerada la descripción más antigua del mundo.
Cinco años más tarde, el obispo sueco exiliado en Roma Olaus Magnus presentó Historia de Gentibus Septentrionalibus, un informe más amplio y detallado que la Cosmographia de Münster, en la que ofreció, entre muchas fantasías, una descripción con pelos y señales de los hombres lobo bálticos y su naturaleza salvaje. Sobra decir que el relato del señor obispo causó una impresión profunda y duradera en el imaginario europeo.
A partir de entonces, y en los 150 años siguientes, los hombres lobo de Livonia fueron unas celebridades lo mismo en tratados demonológicos que en estudios etnográficos e historiográficos. Fue la luz de la Ilustración, en la década de 1720, la que despertó a Occidente de la pesadilla de los “transformantes”.
Posiblemente, el caso más famoso de los hombres lobo de Livonia fue el de Thiess de Kaltenbrun, ocurrido en 1691, en una época en la que no les fue nada bien a los individuos que vivían en los márgenes de la sociedad: borrachos, pordioseros y vagabundos, entre otros, a menudo despertaban las sospechas de los aldeanos, quienes no se tentaban el corazón al acusarlos de hombres lobo para enviarlos a la horca.
Al antropólogo alemán Hans Peter Duerr (n. 1943), autor de al menos diez libros en su ramo, debemos algunas de las mejores obras sobre los mitos de licantropía en Alemania y sus alrededores. A continuación, la transcripción parcial del relato de Kaltenbrun.
Thiess de Kaltenbrun tenía casi ochenta años cuando fue detenido por herejía y posteriormente juzgado, en 1692, por ser un hombre lobo. La gente quería ver el cuerpo del viejo curandero oscilando en el cadalso, pero el sospechoso supo jugar muy bien sus cartas.
Cuando se le preguntó si era un hombre lobo, Kaltenbrun confesó que sí, que por supuesto era un hombre lobo. La gente pidió a gritos que lo condenaran a la hoguera, pues el fuego purifica, la horca no. Kaltenbrun explicó que su ejecución sería un error, pues el verdugo acabaría con la vida de un individuo que no estaba enfermo, ni mucho menos maldito, sino que se trataba de una persona bendita que, junto con otros compañeros, descendió al infierno en forma de hombre lobo a rescatar el ganado y la manteca que el Diablo y sus huestes robaban periódicamente.
Los miembros del tribunal no sabían qué hacer, el caso era inédito. Preguntaron a Kaltenbrun qué había sido de sus compañeros. Este respondió que el descenso al averno había ocurrido al menos diez años atrás y que sus amigos ya estaban muertos. Sus almas –señaló— descansaban ahora en el cielo, pues los hombres lobo en realidad eran los “Perros de Dios” utilizados por el Altísimo para luchar contra el Diablo y sus argucias en la tierra.
Thiess de Kaltenbrun estuvo cerca de la canonización, incluso se dio el lujo de rechazar la bendición del cura del pueblo, aduciendo que él era un hombre bendito que no necesitaba la gracia del clérigo. El casi santo no fue a la hoguera ni a la horca, fue sentenciado a diez latigazos por idolatría, convirtiéndose en un personaje popular en los países bálticos.
No sabemos por qué Maurice Sand decidió pintar la obra Loups-garous appuyé contre le mur d’un cimetière la nuit. Lo que es un hecho es que, al igual que muchos intelectuales de la época, sintió curiosidad y fascinación por el folklore de los licántropos de Livonia.
El panteón en el lienzo de Sand proporciona un elemento intrigante, ya que los lobos no son animales carroñeros y los “transformantes” no son seres que abandonen sus tumbas de noche para cazar y alimentarse, como es el caso de los vampiros, quienes están condenados a habitar su sarcófago por toda la eternidad.
Asimismo, los hombres lobo se recargan contra el muro del cementerio con una actitud de desparpajo, casi se les podría ver fumando un cigarrito. Nada los inquieta, traen en su conducta la paz de quien nada debe.