POR José Luis Durán King
Si hay escritor en este mundo que haya estado orgulloso de su origen, es Tennessee Williams, no en vano son personajes sureños los que pueblan como fantasmas el universo literario de este autor de obras maravillosas
“Mata a mis demonios y mis ángeles morirán también…” Hay frases que uno desearía que fueran propias, pero, desafortunadamente, no es así. Al releerlas, uno se da dolorosamente cuenta de que le faltan como dos toneladas de talento para llegar siquiera a los talones de un autor como el señor Tennessee Williams, el gran dramaturgo estadounidense que nació con el nombre de Thomas Lanier Williams III en Columbus, Misisipi, el 26 de marzo de 1911, y que murió 72 años después en Nueva York, supuestamente después de atragantarse con el tapón de un envase de gotas para los ojos que, al parecer, intentó abrir con los dientes.
Amén de esa anécdota, Tennessee Williams aprovechó cada momento de su vida. ¿Alcohólico, homosexual, genio como Truman Capote? Así es, ¿y?… Para empezar, el señor Williams jamás se acomplejó ante el hecho de que el nombre “Tennessee” se lo hayan dado sus compañeros de escuela a causa de su acento sureño y al origen de su familia. Todo lo contrario, si hay escritor en este mundo matraca que haya estado orgulloso de su origen, es Tennessee Williams, no en vano son personajes sureños los que pueblan como fantasmas el universo literario de este autor de obras –¡maravillosas!— como Un tranvía llamado Deseo, por la que en 1948 ganó el Premio Pulitzer. En 1955, el prestigiado reconocimiento nuevamente cayó en las alforjas de Williams por La gata sobre el tejado de zinc.
El talento siempre provoca envidia y al parecer los amigos del dramaturgo se pasaban de “honestos” con el señor Williams, de quien decían que escribía en “estilo gótico sureño” (A diferencia de la novela gótica, en la que aparecen elementos sobrenaturales o extraños para crear el argumento, el gótico sureño utiliza dichos elementos no para crear suspenso, sino para describir cuestiones sociales y explorar la cultura del sur de los Estados Unidos).
El caso es que, haciendo a un lado las amistades del dramaturgo, Tennessee fue un monstruo escribiendo dramas; así lo confirman obras como El zoológico de cristal (1945), La rosa tatuada (1952) y La noche de la iguana (1961).
(FOTO: Evening Standard/ en Getty Images).