POR José Luis Durán King
Aunque lascivia y lujuria son hermanas gemelas, como buenas consanguíneas también tienen sus diferencias, pequeñas, pero las tienen
Tantas veces me la han echado en cara que mejor decidí adentrarme en los misterios de la palabra lascivia. Encontré que viene del latín lascivia, es decir, aquí no hay nada que discernir: se escribe igual. En cuanto a su significado, lea bien (le darán ganas de ser un ente lascivo), se refiere a un “humor retozón o juguetón, espíritu bromista y divertido y, finalmente, también, incontinencia y libertinaje en lo moral, no sólo en lo sexual, sino en cualquier campo”. (Gracias, Wikipedia). Aunque lascivia y lujuria son hermanas gemelas, como buenas consanguíneas también tienen sus diferencias, pequeñas, pero las tienen.
La lujuria (del latín luxus) tiene correspondencia con lo abundante, con lo exuberante. En el contexto “de la moral sexual, es el deseo sexual desordenado e incontrolado”. Sólo que, ojo, el sentido no sexual de la lujuria tiene que ver con el deseo apasionado de algo, que puede ser en el terreno artístico o en el comercial, entre otros. Sin embargo, cuando acusamos a una persona de lujuriosa, construimos en la mente un binomio con ambos términos, lascivia-lujuria, lo que da como resultado que endosemos al anatematizado en turno un “apetito o deseo excesivo de placeres sexuales”. Por eso es que me han mandado derechito al infierno. La verdad es que, para mí, hombre lascivo, lujurioso pervertido, impresentable por ser tendajero, no hay mejor lugar para ir que el infierno, seguro que ahí encontraré a varios de mis amigos, con los que me sentaré a ver el futbol.
(FOTO: The Great Eros/ Pinterest)