POR José Luis Durán King
Los libros, los que elegí leer, me han hecho más fácil el camino, también más ameno, enseñándome que la sabiduría que algunos escritores han decidido compartir conmigo es en realidad un mapa de conocimiento
Los libros son voluminosos, guardan polvo, esconden arañas y pescaditos de plata, doblan en ocasiones la madera de los libreros con su peso excesivo, desbordan los muebles y son indiscretos, pues su contenido desvela mucho de la personalidad de quien los lee. Sin embargo, son legión las personas que aman a sus amigos de papel, por lo que les agradecen de por vida su paciencia, ya que pueden esperar por años a que finalmente nos decidamos a tomarlos, a revisar su estado y leerlo, o al menos a consultarlos o escudriñarlos.
Los libros me han acompañado en esta travesía que ha tenido de todo, desde episodios felices y momentos asombrosos, hasta sus lapsos de dolor. Los libros, los que elegí leer, me han hecho más fácil el camino, también más ameno, enseñándome que la sabiduría que algunos escritores han decidido compartir conmigo es en realidad un mapa de conocimiento que se alza desde la punta de mis pies hasta un cielo que se expande en diferentes dimensiones.
Porque una cosa es cierta: cuando una persona lee, se le nota no sólo en el modo en que se expresa sino también en la forma en que comprende a los viajeros que encuentra a su paso, a las plantas que lo curan y a los animales que se vuelven sus amigos.
Los libros son libros, es decir, tienen hojas, espina dorsal y mancha de texto. Hay contenidos en formato PDF, es cierto. Muchos de estos muy buenos. Pero su existencia es virtual, sólo se expresan cuando la pantalla está encendida. No es el caso. Lo siento, no tengo un PDF de cabecera ni tampoco oculto un PDF debajo de mi almohada.
(FOTO: Pinterest/ Verbena Bonaeriensis)