“¿Qué hace un hombre cuando tiene dinero?”, preguntaba Honoré de Balzac, y él mismo respondía: “Va al burdel”. Y el escritor, autor de esa obra portentosa llamada La comedia humana, sabía de lo que hablaba, pues el burdel es una de las grandes instituciones de Francia.
La Comédie humaine (La comedia humana) representa uno de los proyectos narrativos más ambiciosos en la historia de la literatura. Balzac (París, mayo 20 de 1799-París, agosto 18 de 1850) se impuso el reto de escribir 137 novelas e historias en las que retrataría a la sociedad francesa desde la caída del Imperio Napoleónico hasta la Monarquía de Julio (1815-1830). Por supuesto, un proyecto de tal naturaleza (que, de acuerdo con el propio Balzac, hacía “competencia al registro civil) requiere que el escritor esté plenamente convencido de que es un autor leído y de que recibirá una cantidad acordada de dinero, pues, aunque parezca increíble, los escritores cobran por su trabajo y no pagan porque les publiquen.
Sin embargo, el proyecto quedó inconcluso al morir el novelista y dramaturgo francés, impulsor y fundador del realismo, la corriente estética que volvió obsoleto al romanticismo; dejó un legado de 87 novelas completas y veinte obras inacabadas.
En la Magna opus de Balzac confluye todo tipo de personajes, mayores y menores, todos ellos complejos, de moral cuestionable quizás, pero inexcusablemente humanos. Balzac es famoso por crear personajes polifacéticos, incluso sus figuras menores son laberínticas, moralmente ambiguas y plenamente humanas, con necesidades, con pros y contras, con agobios y deseos, que deambulan cargando el peso de sus vidas por calles, cafés y burdeles. No nos espantemos, cualquiera de nosotros puede encajar en el panteón de las “celebridades” de Balzac.
De acuerdo con el lingüista, semiólogo y filósofo suizo, Ferdinand de Saussure, padre de la “lingüística estructural”, cuyos conceptos fueron fundamentales el estudio de la lingüística moderna en el siglo XX, el significante y el significado son parte de la estructura del signo. Para Saussure, el significado es la forma material que adquiere un signo, y lo hace a través de lo simbólico, es decir, cuando se vuelve significativo en un contexto lingüístico específico. Ximena Juárez, en el portal Temas de filosofía, proporciona el ejemplo siguiente: “Si pudiéramos viajar en el tiempo a la Edad Media y dijéramos ‘computadora’ nadie sabría a qué nos referiríamos puesto que nadie podría asociar la imagen de una computadora con su imagen acústica”.
El significante es el contenido mental que le damos a un signo lingüístico y que se asocia con el sonido (con la imagen acústica, diría Saussure). Ésta se refiere a la imagen mental que cada persona tiene cuando escucha la emisión sonora de una palabra. Así, cuando decimos gato, nos viene a la mente la imagen del felino. Y, aunque no pronunciemos la palabra gato, si sólo pensamos en él, nos llegará su representación a la cabeza.
Así, cuando escuchamos el significante París, muchos de nosotros recreamos en la cabeza el significado burdel.
La Guía Rosa
Hace algunos años traduje para el periódico El Nacional un artículo titulado “Al caer la noche”. La temática giraba en torno a los burdeles de Francia, pero, sobre todo a un catálogo llamado La Guía Rosa, una especie de brújula sentimental que daba santo y seña de las Mansiones de Tolerancia qué se diseminaban lo mismo en la ciudad de París que en la campiña y los confines de la nación gala. La mencionada guía proporcionaba la dirección de los lugares de citas, así como la especialidad de estos, pues figuraban los que, además de ofrecer damas discretas y atentas, el cliente en turno podía encargar que le lavaran, zurcieran y plancharan la ropa, mientras él terminaba de comprender, a través de las caricias, a qué había venido a este mundo. Estaban también aquellos que ofrecían una carta gastronómica y una repostería dignas de los restaurantes más exquisitos de París, sin dejar de lado las casas de placer para lesbianas y homosexuales. Con un rostro más refinado, quizás, pero las Mansiones de Tolerancia, como es de suponer, eran parte de un fenómeno de larga data en Francia: la prostitución.
Ya en la Edad Media, el oficio más antiguo del mundo era un problema social de consideración, al grado que el rey Luis IX (1226–1270) tuvo que designar nueve calles en el Beaubourg Quartier, donde el ejercicio pleno de los sentidos hacía de las suyas. Beaubourg Quartier, como algunos saben, es el nombre con el que actualmente se conoce el Centro Nacional de Arte y Cultura Georges Pompidou de París.
Mención aparte merece Luis IX de Francia (también San Luis Rey), quien gobernó de 1226 a 1270. Fue un monarca de contrastes que hizo reformas importantes en el rubro de la justicia real francesa, entre otras, prohibir las pruebas inhumanas a las que eran sometidos los acusados para discernir la culpabilidad o la inocencia.
Sin embargo, a la par de su reconocida caridad hacia los pobres y su piedad con los criminales, el monarca aprobó leyes que castigaban la blasfemia con la mutilación de la lengua y los labios, además de que prohibió toda forma de usura, acciones que tenían como remitentes a los judíos. Asimismo, Luis IX fue un precursor en el tema de arrojar libros a la hoguera, lo que sucedió tras la Disputa de París (1240), un conflicto conocido como el Juicio del Talmud, en el que doce mil copias de la obra elaborada por eruditos hebreos alumbraron momentáneamente las noches de Francia.
La normatividad aplicada por San Luis Rey impidió el crecimiento descontrolado de los burdeles y la prostitución en Francia. Con parte del camino andado, para el amanecer del siglo XIX, el Estado ejercía el control de la mayoría de los burdeles legales distribuidos en la geografía de lo que fue parte de la antigua Galia.
El reglamento, por supuesto, también sufrió adecuaciones, señalando, entre otras cosas, que la fachada de los burdeles debía ser discreta, aspecto que fue superado con creces con la elegancia de la que hacían gala estos inmuebles. La señalización también fue considerada y, para que no hubiera confusión, los burdeles encendían en su interior una linterna roja, lo cual significaba que las señoritas estaban en horario de trabajo. De acuerdo con la ley, las Maisons de tolérance debían ser administradas por mujeres. ¿Quién mejor para esta tarea que las ex prostitutas?
El prestigio de las Mansiones de tolerancia fue tal que muchas jóvenes se planteaban como parte de su futuro ingresar a uno de esos inmuebles. Los que es un hecho es que las jóvenes que elegían el oficio debían dedicarse en cuerpo y alma a su mansión. Y prácticamente no había gran diferencia entre las chicas de un burdel y las monjas. Las primeras tenían restringidos los días en que podían dejar las instalaciones del burdel. Cuando lo hacían, su jefa las acompañaba. Como apunte final es necesario indicar que, en 1946, Francia prohibió los burdeles, tras una feroz campaña llevada a cabo por Marthe Richard, quien fue una de las primeras aviadoras mujeres y espía al servicio del Gobierno francés. En el momento de la prohibición había mil 500 burdeles en todo el país, 177 de ellos en París. La furibunda reacción contra los lugares de placer ocurrió, en parte, por el colaboracionismo de estos recintos con los alemanes durante la ocupación de Francia. Sin embargo, también hay que resaltar que un burdel en el distrito de Montmartre funcionó como una red de escape para prisioneros de guerra y pilotos derribados.