Yo soy Merlín, aquel que las historias
dicen que tuve por mi padre al diablo
Príncipe de la Magia y monarca
Y archivo de la ciencia zoroástrica,
émulo a las edades y a los siglos,
que solapar pretenden las hazañas
de los andantes bravos caballeros,
a quien yo tuve y tengo gran cariño.
Miguel de Cervantes Saavedra, El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, 1605, Capítulo XXXV
En Vita Merlini (1148), el mago es un enloquecido ante el espectáculo de la sangrienta y fratricida batalla entre dos reyes, que quiere retirarse a la inhumana y tenebrosa soledad de los bosques para habitar más allá en compañía de los animales salvajes
Tal como aparece en la parodia cervantina, la figura de Merlín no es más que el eco brumoso de un personaje ya fijo en sus rasgos esenciales dentro de los más prestigiados de la literatura caballeresca. Es, por antonomasia, el profeta y el mago del universo artúrico.
De dónde vino y cómo fue desdibujándose su perfil, mediante la adición de los rasgos más característicos, es el tema de varios estudios. Destacan, por ejemplo, Merlin le prophète de Paul Zumthor (1943) y Merlin l´enchanteur de Jean Markale (1981). Para comprender mejor la composición de la figura de Merlín conviene distinguir entre: a) el tema del “profeta Merlín” y b) la leyenda del personaje “Merlín, el encantador”, sabio y mago. En su estudio, Zumthor toma como base esta distinción para mostrar cómo se va desarrollando el segundo aspecto a partir del primero, en un proceso que parte de la obra de Geoffrey de Monmouth (Prophetia Merlini, escrita en 1134,e Historia Regum Britanniae), y se prolonga en la vasta literatura novelesca artúrica. Con posterioridad se ha subrayado el vigor poético de esa figura del mago, consejero y protector del rey Arturo y de los caballeros de su corte, abocado luego a un triste destino: quedar prisionero de las artes mágicas reveladas por él mismo a su amada, una doncella cautivadora y fatal.
Vayamos por partes. Como señalan los estudiosos, el nombre de Merlín no aparece en ningún texto anterior a 1134, el año en que Monmouth publica Prophetia Merlini. Sin embargo, el primer episodio en que aparece Merlín está tomado de una leyenda que está en Historia Britonum de Nennius (siglo IX): el rey Vortegirn trata de construir una torre defensiva, pero la construcción se derrumba una y otra vez; asombrado del prodigio el rey consulta a sus magos, que no dan con el motivo; ellos le aconsejan que sacrifique sobre sus cimientos a un niño sin padre; sus sicarios encuentran a un niño al que un compañero acusa de ser de padre desconocido, lo llevan ante el rey y allí el muchacho declara los motivos del prodigioso fracaso. Confundiendo a los magos de la corte con su saber profético el niño sin padre logra salvar su vida. La causa de que la torre se desmorone está en la existencia bajo sus cimientos de un estanque subterráneo en el que se mueven dos seres. En la excavación surgen a la luz dos fieros dragones, uno blanco y otro rojo, que se enzarzan en descomunal pelea. El niño explica el prodigio, con referencia al futuro belicoso de Britania, y al desastroso final de Vortegirn. Aquí tenemos el núcleo de la historia del profeta Merlín, de su extraño nacimiento y sus profecías enigmáticas.
Sólo algunos rasgos más marcan al personaje. El primero de ellos es su origen, como hijo de una princesa de Demecia, violada por un demonio íncubo. Luego está su papel como consejero regio, junto a Aurelio Ambrosio (bajo cuyo mandato traslada desde Irlanda el círculo de piedras de Stonehenge y lo erige en su emplazamiento actual), y junto a Úter Pendragón (a quien ayuda en varias ocasiones, pero de modo especial a penetrar, transformando en Gorlois, Duque de Cornualles, en la fortaleza de Tintagel, para acostarse con Igerna, la esposa del Duque, la noche que es engendrado Arturo).
Ya aquí tenemos algunos testimonios de su poder mágico. Su gran saber del pasado, del oscuro presente y del futuro está en relación con su origen demoníaco. El traslado de los monolitos y, sobre todo, ese poder de transformar la figura propia y la del rey Úter testimonian su capacidad como un buen mago al servicio real.
Sin embargo, no es de extrañarse que en algunos textos Merlín aparezca como un extraño solitario. En Vita Merlini (1148), el mago es, ante todo, un enloquecido ante el espectáculo de la sangrienta y fratricida batalla entre dos reyes, que quiere retirarse a la inhumana y tenebrosa soledad de los bosques para habitar más allá en compañía de los animales salvajes.
Merlín, enloquecido, se vuelve un “hombre salvaje”, olvidado de su familia y su parentela, que desconcierta a los demás con sus profecías, de una aparente incoherencia y una latente veracidad. Entre las bestias, en lo profundo del bosque encuentra refugio el sabio, como un antiguo druida, al margen de la corte civilizada. Su risa denuncia los sorprendentes errores de los humanos que ignoran el destino que los envuelve. Como Orfeo, el mítico cantor, Merlín se exilia a un destierro selvático.
Hay otros rasgos mucho más originales en Vita Merlini, como el súbito arrebato del mago cuando mata al nuevo marido de su esposa arrojándole la cornamenta del ciervo en el que cabalgaba, que se le clava en la frente. La alusión al marido “cornudo”, que es Merlín, se reviste de un final surrealista. También está la casa que se construye en medio de los bosques, con sus setenta puertas y setenta ventanas, donde setenta escribas redactarán las profecías de Merlín, que la reina Ganieda manda construir.
Merlín, como fiel consejero del joven Arturo, como el guardián del reino amenazado por misteriosos maleficios, se cumple en la obra de Robert de Boron: Joseph d´Arimathie, Merlin y Perceval. Aquí, Merlín sirve para enlazar los dos tiempos fundamentales y los dos escenarios esenciales de la trama: la época de los primeros cristianos, en que José de Arimatea recibiera el santo vaso que contuvo la sangre de Cristo, y la época de la caballería andante, en la que se desarrollará la búsqueda del Grial, una aventura pre-destinada a un héroe artúrico: Perceval. Merlín será en esta historia, el profeta de la suprema aventura. Aquí está al lado del rey Arturo, es su educador y su consejero, es el responsable de la creación de la tercera mesa del Grial, la Tabla Redonda; por él recobra su sentido último la caballería que sabe subordinar su función en la tierra a un objetivo trascendente: el cumplimiento de la aventura del Grial.
Que Merlín acabara sus días muriéndose, como cualquier humano, resultaba decepcionante. El mago, el hijo de un demonio, el testigo de los avatares del reino de Arturo, quien había predicho y contemplado las andanzas del gran rey, y luego quedaría enlazado en el cumplimiento de la búsqueda del Grial, merecía algo más brillante que una muerte vulgar. Su nacimiento había sido prodigioso, pero en cuanto a su final la Vita Merlini tan sólo contaba cómo quedaba en tinieblas, retirado el profeta a esa maravillosa mansión de las setenta puertas y setenta ventanas.
Sin embargo, hay otra versión de cómo acabó Merlín su larga vida. Cuenta esta versión que el viejo mago se enamoró perdidamente de una doncella llamada Viviane, y la sutil y seductora muchacha aprendió de él sus artes de magia, y especialmente un hechizo con el que apresó en una roca, en una cueva o en una misteriosa campana de cristal al inquieto amante. Según variantes, la muchacha encierra al mago para disfrutar de su compañía cuando le plazca o para librarse definitivamente de su acoso, que le resulta pesado. Merlín no puede dejar de prever su final, pero la pasión es tan fuerte que no logra negarse a los requerimientos taimados de su amada. El adivino sabe que se encamina a su destrucción, pero se deja conducir suavemente a la trampa. ¡Pobre Merlín! En el mundo caballeresco donde el amor impulsa a los caballeros, tampoco el mago está protegido de sus ataques, y es él quien tiene un final más desastroso a manos de una ingenua (o tan ingenua) muchachita.
He aquí cómo, al final de una larga carrera, acabó encontrando un romántico y trágico fin el profeta Merlín. La escena final del mago encerrado en un mágico reducto en medio del bosque tiene una dramática fuerza. Desde su prisión, Merlín grita sus lamentos y se consume en soledad. Pero mejor es retirarse cuando ya no queda un destino que ayudar a cumplir. Cuando ya Arturo se quedó en Avalon, en compañía de las hadas, cuando Perceval hubo realizado la más grande hazaña encomendada al mejor caballero. ¿Qué iba a hacer Merlín? Seguramente el adivino se dejó seducir con pena, pero consintiendo en desaparecer porque ya había llegado la hora de hacerlo, y encontró que ceder a los hechizos de una bella y tentadora muchacha era un final no exento de ironía. Merlín, amante de la farsa, risueño, fingió llorar desde el interior de su pétrea o vidriosa cárcel mágica; el encantador encantado se resignó a desaparecer con una última pirueta. Tal vez dejando subsistir la duda respecto a que un día podría romper el hechizo y volver, tal vez cuando Arturo decidiera regresar de Avalon…