POR José Luis Durán King
Los últimos años de este pensador rumano estuvieron exentos de manifestaciones de desesperanza o felicidad, pues Cioran vivió en esa estepa brumosa que es el Alzheimer
Optimista no era. De hecho, Emil Cioran era un pesimista de corazón. Y la gente lo sabía, si no por qué lo llamaban “El filósofo de la desesperanza y el fracaso”. En junio de 1995, finalmente este hombre proveniente de una familia rumana religiosa, una “familia feliz”, falleció a los 84 años en París, esa ciudad que tanto atrae a los titanes del arte y a la que llegó en 1937. Sus últimos años, sin embargo, estuvieron exentos de manifestaciones de desesperanza o felicidad, pues Cioran vivió en esa estepa brumosa que es el Alzheimer. Se le veía vagar por las calles de la ciudad que lo adoptó y que él tanto amó. ¿Que estaba descuidado, con el cabello desordenado y su gabardina sucia? Eso no era por su enfermedad. Cioran siempre lució así, incluso en los años en que rehuyó de la celebridad como si ésta fuera peste. Se vanagloriaba de su condición casi de clochard. Lo escribió, incluso: “Jamás he trabajado; he preferido ser un parásito a ejercer un oficio. He accedido a sufrir una relativa miseria con tal de preservar mi libertad”.
Insomne una gran parte de su vida, Cioran atribuía su pesimismo a la falta de sueño. “La vida es soportable gracias al sueño”, escribió en una ocasión. De donde podemos deducir que la vida para este pensador rumano era prácticamente insoportable.
El pensamiento –y, por ende, los escritos— de Cioran estuvo influido por filósofos de la estatura de Friedrich Nietzche, Arthur Shopenhauer, Bergson, Hegel y Husserl, y de escritores como Shakespeare y Dostoievski, a quienes, por cierto, veneraba.
Gran parte de la obra de Cioran está escrita en francés y sus títulos hablan por sí solos de la concepción que este pensador tenía del recorrido que los humanos hacemos por este mundo, comenzando por Breviario de podredumbre, su primer trabajo escrito en francés. Silogismos de la amargura, Del inconveniente de haber nacido, Desgarradura y Ese maldito yo, completan la idea. Ah, ya de pasadita, la frase que corona estas líneas pertenece a Cioran. ¿A quién más?
(FOTO: Sophie Bassouls Sygma-Corbis 1986/ Pinterest)