POR José Luis Durán King
Las acusaciones contra la madre de Kepler hoy pueden parecer exageradas, pero hay que recordar que Katherina Guldenmann pertenecía a una aldea de feroz luteranismo, además de que la caza de brujas derivó en el que quizá sea el primer gran genocidio de la historia, cebado, en este caso, contra las mujeres
En 1617, Johannes Kepler –“posiblemente el hombre más desafortunado en el mundo y quizás el más grande científico de todos los tiempos” (señalan los registros)— viajaba en un carruaje modesto por el que se colaba el frío de un enero alemán. Era un pequeño inconveniente en la vida del hombre. Había tenido varios, entre otros, ser hijo de un mercenario en el ejército del duque de Wurtemberg, siempre en campaña, siempre ausente en su hogar, hasta que finalmente salió de casa para no volver.
Uno más: Kepler nació prematuramente, padeció de la vista a causa de la viruela y, por si no fuera suficiente, tuvo una madre rijosa que le hizo ver su suerte –Katherina Guldenmann—, quien era dueña de una casa de huéspedes, curandera, herborista y, en ese entonces, sospechosa de practicar la brujería. Para la época, tal acusación no era poca cosa, pues muy pocas mujeres libraron la hoguera una vez que habían sido señaladas por propios o extraños.
La señora Guldenmann tampoco hizo mucho por sacudirse la fama que la precedía. Todo lo contrario. En su notable obra The Sleepwalkers (Los sonámbulos), Arthur Koestler describe los logros científicos y las vidas de los cosmólogos, de los babilonios hasta Newton, analizando con celo profesional los trabajos de Copérnico, Tycho Brahe, Kepler y Galileo.
Al referirse a Katherina Guldenmann, el investigador nacido en Budapest describe a la madre de Kepler como una “abominable mujercilla”, cuya maléfica lengua y “sospechoso historial” la convirtieron en una candidata ideal para ser una víctima más de la caza de brujas.
El novelista irlandés, ganador del Premio Booker en 2005, John Banville, publicó a partir de 1976 su Trilogía de las revoluciones –que se integra con “Copérnico” (1976),” Kepler” (1981) y “La carta de Newton” (1982). En el apartado de Kepler, el autor irlandés tampoco es condescendiente con la señora Guldenmann, al señalar que la mujer era una anciana altanera cuyas actividades de sanación –que incluían la elaboración de pociones hervidas en caldero y la ostentación de sus libros de magia— eran un desafío para una sociedad obnubilada por todo tipo de supersticiones.
La acusación contra Guldenmann provino de la esposa de un vidriero, Ursula Reinbold, en sociedad con el gobernador local de Leonberg. La madre de Kepler, al ver que no podía enfrentar el poder político de Leonberg, prefirió huir de la comarca, lo que, a ojos de sus acusadores, era un elemento más que reforzaba la teoría de que era una bruja.
Celoso de su deber, el gobernador Leonberg reunió más “evidencias” contra Katherina. Por ejemplo, la incriminó por elaborar brebajes que causaban espasmos dolorosos a quien los bebía. La inculpó por tener el poder de enfermar animales. Asimismo, la denunció por reunirse con otras mujeres a las que se las consideraba brujas, tenía ratas muertas en su jardín y unos campesinos habían encontrado en la casa de la señora una bolsa que contenía alas de murciélago.
A la luz de los siglos, las acusaciones contra la señora Guldenmann pueden parecer exageradas, pero hay que recordar que la mujer pertenecía a una aldea de feroz luteranismo, además de que una de las problemáticas de entonces era la caza de brujas que culminó en el que quizá sea el primer gran genocidio de la historia, cebado, en este caso, contra las mujeres.
El 9 de marzo de 2022, la revista Muy Interesante publicó un artículo firmado por Andrea Fischer, en el que indica: “A más de 300 años de terminada la caza de brujas de la Edad Media, no hay certezas sobre el número exacto de asesinatos perpetrados por la Iglesia Católica. (…) Sin embargo, a partir de los documentos que sí se conservan, se estima que alrededor de 40 mil mujeres fueron asesinadas en el periodo entre el siglo XVI y el XVII.”
En el caso particular de Johannes Kepler, la incriminación que sufrió su madre lo distrajo de sus quehaceres intelectuales, ya que estaba en la cima de su carrera científica. Aun así, organizó la defensa de su progenitora, pese a carecer de experiencia jurídica.
Kepler, apoyándose en la experiencia en debates con hombres de ciencia opositores, logró sobresalir en la defensa judicial a su madre, además de que dilucidó tres elementos que estaban presentes en las acusaciones contra la supuesta práctica de la brujería en las mujeres: a) la primera de ellas tenía que ver con la condición social: la mayoría de las mujeres estigmatizadas eran pobres y viudas; b) la intervención de personajes masculinos para acelerar la el veredicto, aprovechando la vulnerabilidad de la sospechosa en turno, y c) el miedo que la gente de estratos sociales deprimidos sentía por las mujeres viejas.
El juicio contra Katharina Guldenmann prácticamente comenzó en 1615, cuando Lutherus Einhorn, regidor de Leonberg, determinó la detención de 15 mujeres, de las cuales ocho de ellas terminaron en la hoguera. Siguió la madre de Kepler. Aunque el científico ganó la batalla legal, las autoridades señalaron que el hombre de ciencia había demostrado que su madre era inocente, pero no había manifestado que no era bruja, por lo que, en 1616, Guldenmann fue arrestada nuevamente, ahora por 14 meses, en los cuales nunca se le pudo arrancar la confesión de que practicaba la magia negra.
Finalmente, en 1621, Katharina Guldenmann fue absuelta de forma definitiva. La tortura, el encierro, las injurias, la presión por librar la hoguera, todo, cobró factura a la señora, quien falleció el 13 de abril de 1622, siete meses después de haber alcanzado su libertad.
Como conclusión, rescato un extracto del texto de Ulinka Rublack: The Astronomer and the Witch: Johannes Kepler’s Fight for His Mother, publicado en 2015 por Oxford University Press: “Johannes Kepler, el científico, el astrónomo, el matemático, no sólo vivió en la misma época en que la histeria colectiva se encendía contra el crimen imaginario de los adláteres del diablo en la tierra, sino que su propia madre se vio alcanzada por esta abominable denuncia. Por esta razón, lejos de pensar a Kepler como un sujeto fuera de época, adelantado a los momentos históricos, tenemos que verlo como un fruto de su contexto, como un hijo de una generación signada por los problemas confesionales, las guerras, las pestes, las muertes prematuras de hijos, el hambre y la brujería.”
(FOTO: Brueghel, el inventor de la iconografía de las brujas. Descubrir el Arte)